Artículo de Beñat Sarasola
Berria. 04/ 09 / 2014
Últimamente se ha puesto de moda una actitud de (considerar) el Alarde como algo marginal. Según esta actitud, hay que rechazar el Alarde en su totalidad, tanto el masculino como el femenino, porque se trata de una reivindicación militarista y/o españolista. Esta moda coincide con esta otra, la de validar los actuales conflictos políticos a la luz de la Historia. Enseguida vinieron hordas de historiadores escandalizados porque en la batalla de San Marcial los españoles vencieron a los navarros y por tanto el Alarde es una celebración españolista. Durante años se ha dicho que este era el país de los filólogos, pero no sé yo si no está siendo más el de los historiadores. Ya me diréis qué clase de país puede ser uno trufado de filólogos e historiadores.
En realidad, lo que hacen es enviar al córner el verdadero problema del Alarde, que es el de los derechos de las mujeres. Es una excusa para no posicionarse, de quedarse en casa tuiteando lecciones en vez de mojarse, por encima de todo como el aceite, mientras los igualitaristas se llevan las hostias. Ya conocemos desde hace tiempo la posición de quienes defienden el Alarde discriminatorio, no se andan con rodeos y en ese sentido no te fallan. Sin embargo, esta nueva negación hegeliana se presenta como alternativa y progre, aunque en el fondo es tan reaccionaria como la otra. Un neohegelianismo de derechas, que dirían los viejos marxistas, ahora en versión antimilitarista o en abertzale.
Quienes defienden el carácter supuestamente militarista del Alarde confunden la diferencia básica entre el referente y su representación. Y así, por cierto, hacen exactamente lo mismo que los del Alarde discriminatorio. Dicen que no hubo mujeres en la batalla y que es por eso que en su concepción de Alarde no pueden participar. Sin embargo, quien tenga unas mínimas nociones de semiótica o teoría del arte sabe que la brecha entre el referente y su representación es un pozo sin fondo. Que la representación de un acontecimiento militar no supone necesariamente ni su reivindicación ni su celebración. Quienes nos emocionamos al ritmo de los tambores donostiarras -pobrecitos quienes no sois capaces de sentir esa música celestial- no glorificamos ninguna masacre militar. Los historiadores dirán lo que quieran, pero la historia no es la que decide las representaciones, sino los habitantes y sus prácticas. Afortunadamente, no son tesis doctorales o ensayos enjundiosos los que deciden qué es o no es el Alarde, sino los hombres y mujeres de carne y hueso de hoy día.
Además, Mikhael Bajtin ya nos enseñó que las representaciones, las teatralizaciones, surgieron para transgredir los referentes. El Alarde tiene un origen militar y por tanto sexista. Nada hay más antimilitarista, en cambio, que defender en el Alarde la igualdad real de las mujeres. Es más, incluso aunque fuera militarista, ¿quién, qué hombre prohibiría a las mujeres el derecho a ser tan patéticas como ellos?
En el campo de batalla ya no hay bayonetas. Y cada vez son menos quienes acaban en el hospital por defender los derechos de las mujeres. Como dice la frase que cada vez se oye más en los ámbitos políticos, la lucha actual es la lucha de los significados. Por eso, ese nuevo empeño en decir Betiko Alarde (de siempre). La lucha del antimilitarismo y de la igualdad se juega en ese nuevo campo, no en huir del problema, como les interesa a los de siempre, sí, a los de siempre. En ese campo y en la calle, y, evidentemente, con quienes en Irun y Hondarribia le añaden un poco de dignidad a reivindicar ser persona año tras año.